Candela Méndez (Ciec –Córdoba)
Las conferencias de Luis Tudanca y de Fernando Vitale sobre la interpretación tratan de esto.
La práctica de la interpretación o más bien, su arte, se fundamenta en lo que Jacques-Alain Miller nombró “el problema de Lacan”, que es el problema de las relaciones entre el significante y el goce, y también en el hecho de que no hay Otro del Otro, lo que Lacan llamó: el gran secreto del psicoanálisis.
Así estas dos conferencias van a tratar sobre la necesidad de considerar a la interpretación como un saber abierto para captar lo real en juego en la fuga del sentido.
Cuando la respuesta no es solución
Luis Tudanca parte de la interpretación como enigma. Un enigma lacaniano que no es una pregunta para descifrar sino más bien una respuesta sostenida en un decir a medias.
Subraya, entonces, su valor de respuesta ya que buscar la solución al enigma conlleva su propio cierre. Pero no se trata de andar de enigma en enigma y por eso es necesario dirigirse al Seminario 23.
Con su lectura aguda, nos propone sudar un poco con el capítulo IV al mismo tiempo que advierte que somos responsables de las respuestas fallidas que damos a lo que no tiene respuesta, y que si la interpretación se hace sin tener en cuenta en dónde desemboca la cuerda -o sea, en el nudo de la no relación sexual-, caemos en la tontería de resolver la cosa con farfullar.
Desactivar la potencia mortificante de la repetición
Fernando Vitale elige tomar el sesgo de la interpretación del deseo en tanto interpretación de la castración. Si bien el falo detiene y fija de algún modo el deslizamiento de sentido, se trata de localizar el impasse de cómo la interpretación se confronta con lo imposible de negativizar.
En consecuencia, es importante revisitar estos conceptos para poder discernir el goce fálico, ese goce parasitario, disarmónico de lo que es el significante de la castración. Para ello, y siguiendo a Miller, es necesario desedipizar la teoría del goce, justamente para poder diferenciar lo fuera de sentido, de lo fuera de la significación fálica.
Es necesario volver a estos fundamentos ya que se trata de distinguir la interpretación que apunta a un falso agujero de la que apunta al agujero real.
La interpretación debería provocar un efecto agujero
El trabajo analizante conduce a la cifra como compulsión a la repetición. Esto permite leerse como un escrito que fija goce. Ahora bien, eso se constata, la cuestión es si es posible tocar ese escrito mismo. Como decíamos al principio: como llegar a deshacer con las palabras lo que está hecho con palabras ¿Cómo introducir allí un fenómeno de letra que separe de la sed de sentido que siempre se desplaza? Es interesante cómo Fernando ubica estos efectos de interpretación no solo respecto del final de un análisis sino también desde el comienzo – claro que leído desde el final-.
La interpretación apunta a un “no hay” y va contra el inconsciente. Entonces, se produce una disyunción de deseo y goce que a su vez aligera el deseo. Porque contra cualquier idealización, lo que se obtiene al final del análisis – plantea Luis- es un goce menos tonto y un deseo finito, menguado, desinflado, pero no por ello menos decidido.
El arte de la interpretación no se enseña, pero se elucida
Estas dos conferencias no son sencillas. Invitan a un esfuerzo de lectura incluso a una operación de lectura analizante. Su trabajo de edición, con cada puntuación y la conversación que se produce luego, hace pasar al lector -de una forma divertida- cómo cada uno ha discernido su práctica de la interpretación. Cómo ellos, que terminaron y testimoniaron de su final de análisis transmiten en acto la siguiente orientación de Miller: que la práctica de la interpretación denota exactamente el punto en que se está de la propia elucidación del inconsciente.