En la ciudad de La Plata, el sábado 09 de marzo de 2024 tuvo lugar la conferencia de apertura del Seminario del Campo Freudiano. Con las palabras de inicio, Paula Vallejo y Marisol Gutierrez, enmarcaron la bienvenida a Mauricio Tarrab, invitado a conversar bajo el sintagma “La potencia del discurso analítico”.
Paula Vallejo comenzó subrayando que a la altura de El Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, Lacan desarrolla la teoría de los cuatro discursos y con ello asistimos a un cambio de perspectiva radical en la conceptualización del concepto de repetición. En adelante, ya no se trata de la repetición significante sino de una repetición de goce y en el cuerpo mismo. La práctica se orienta hacia la localización y lectura de la marca de goce, es decir, la repetición del rasgo unario. Lacan nos conduce a la idea de que no habría discurso que no sea del goce. Encontramos así, que cada discurso escribe una forma particular de distribución del goce, de la repetición y los efectos de su inserción en los cuerpos.
El discurso analítico no tiene ambición de dominio, su potencia no reside en el ejercicio de un poder. Se tratará más bien, de tomarlo por un aparato de lectura para la práctica y la época, para pensar el psicoanálisis en las nuevas formas de lazo y en cómo opera el analista para hacer entrar el goce en un discurso.
La conferencia se fue articulando con una propuesta de Mauricio Tarrab, que nos hizo escuchar en este sintagma, más que la potencia, la debilidad.
En un trabajo de modalización del título elegido para el curso del año, la misma mesa que lo propuso se dispuso a interrogarlo y conversar sus resonancias con los allí presentes. Ejercicio que nos remonta a Freud cuando en cada uno de sus casos pone en tela de juicio al psicoanálisis, cuestionando su propio saber, y a Lacan que lee ese imperativo freudiano en relación a la formación del analista.
Mauricio tomó la vertiente de la potencia del discurso analítico y de la potencia del SCF a diez años de su inicio. “La potencia como tal no sirve para nada, tiene que tener un cauce y hay que poder darle una estructura. El seminario del campo freudiano puede ser pensado como un curso, un cauce de la potencia de la ciudad de La Plata, que está ligada a la universidad, al estudio”.
Nos recuerda que Lacan siempre resaltó los discursos, no en términos de potencia o impotencia sino del poder de los imposibles freudianos: gobernar, educar, analizar. Los formalizó como discursos del amo, universitario y analítico respectivamente. Serie a la que le agregó el discurso de la histeria.
Mauricio se pregunta y nos pregunta, si la potencia del discurso analítico queda demostrada en la influencia que puede tener en la época. Reconoce que el psicoanálisis tiene su lugar, sin embargo, dice, “es innegable lo difícil que se vuelve hacerlo permeable a la trama de la vida presente”.
Mauricio llama aquí a otro sintagma, pues a la potencia del discurso analítico él agrega “la humildad del psicoanalista”. Una virtud, que consistiría en conocer las propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo a ese conocimiento. Humildad, una palabra que no pertenece al ámbito analítico pero que de no tenerla, quedamos extraviados frente a lo imposible de la práctica que hacemos. Así nos vemos llevados al control, cuando se nos ha revelado que el semblante y el dispositivo analítico no evitan la irrupción de un real mortífero.
Y nos advierte, ¡mejor saberlo cuanto antes! Más allá de los semblantes, la práctica del psicoanálisis afronta algo imposible de dominar.
Tienen que saber que la demanda que se les dirige es la demanda de un Bien, el analista debe entrar en su práctica haciendo un duelo por ese Bien, que no lo tiene el Otro, porque ese Bien no existe. Esa ilusión es siempre neurótica y de ella no escapa quien practica el psicoanálisis.
Supone también hacer un duelo por el objeto, el analista debe saber que no hay objeto que valga más que otro. Tiene que saber que el agalma que se deposita en su figura no le concierne. Ese es según Lacan el duelo alrededor del cual se centra el deseo del analista.
Duelo, porque no se trata de un saber que puede escucharse en un seminario o pueda ser leído en un libro. El practicante debe pasar por ahí, y no hay otra manera de hacerlo que analizándose.
Para estar en el discurso analítico, el analista debe confrontarse con la debilidad del saber. Entendiendo que si bien con el saber podemos alcanzar las variaciones engañosas de la verdad, nuestro instrumento es débil frente a lo real. Habrá que aceptar que existe un agujero irremediable en el saber y que empujar el decir hasta ese borde, no asegura que se tuerza el destino identificatorio o trágico de una vida… ni la potencia de la pulsión de muerte. Solo basta saber que hay que empujar hacía allí.
Para que el analista pueda medir su posición en el discurso analítico con mayor humildad, nos ofrece también un cuestionamiento acerca de la verdad. La verdad es impotente. “Cuando se percibe que el marco de lo que hacemos es imposible, uno se vuelve más sensato”. No alienta a bajar los brazos frente a lo imposible, con no ser ingenuos ni infatuados, la posición se vuelve un poco más interesante.
El analista debe enfrentarse a esos tres imposibles: lo imposible de saber, lo imposible de soportar y lo imposible de curar. Eso tiene un efecto saludable. De estas cuestiones no nos protege el discurso analítico por más potente que sea.
Lacan en “Variantes de la cura-tipo”, escribe que el analista no podría adentrarse en su propia formación si no reconociendo en su saber, el síntoma de la ignorancia. Entendida ésta última como pasión del ser y no como ausencia de saber. Una pasión que debe dar sentido a toda la formación analítica.
Como mencionó Marisol Gutiérrez en el inicio de la conferencia, Lacan decía en el Seminario 20 (…) “a fin de cuentas no hay más que eso, el vínculo social”. Llamó discurso al lazo social basado en el lenguaje, el lazo entre los cuerpos hablantes que los mantiene juntos.
El discurso analítico es entonces un lazo social, ya que no puede sostenerse por uno solo. Se trata de un lazo social que Mauricio Tarrab adjetiva como inédito. Inédito en la cultura antes del acontecimiento Freud. Inédito aunque ya dura cien años, y hacerlo nuevamente inédito, es poner en acto el discurso analítico. Es inédito porque le propone al sujeto una novedad inquietante para tratar su miseria neurótica. Embarcarse en la empresa a la espera de lo nuevo, de lo que está escrito pero aún no está editado. De lo que aún no está escrito pero pudo dar a escribirse de un modo nuevo para salir del infierno de la repetición. Un lazo que permite poder mover al menos un poquito el destino. Convocar lo nuevo, lo aún por venir, lo que todavía no ocurrió. Se advierte aquí también la relación de lo inédito con ´lo no realizado´, definición del inconsciente que da Lacan en el Seminario 11.
Es también un lazo antisocial, anti grupal. Paradoja que presenta Lacan al plantear la pareja analítica dentro del discurso analítico. Un lazo que se funda y resiste a la lógica de la identificación. El analizante debe desprenderse de las identificaciones que lo alienan, y el analista está en su lugar en tanto que desde esa posición resiste a la identificación, aunque pueda prestarse a alguna para sostener como semblante la marcha de la cura.
De la institución subjetiva del comienzo -estructura del algoritmo de la transferencia- a la destitución del final, el trayecto estará marcado por esa escritura: el discurso analítico.
Para cerrar el encuentro, Mauricio eligió una referencia de octubre de 1978, cuando Lacan volvió a Vincennes, siete años después de dictar El reverso del Psicoanálisis. Lee: “Hay cuatro discursos, cada uno se toma por la verdad. Solo el analítico hace excepción”.Único que tiene una idea de que está agujereado, de que el real que lo determina está fuera de discurso, y que todo lo que se produce en su campo discursivo -desde la práctica del análisis hasta las instituciones que se refieren a él- reconoce un real que es su límite y que no domina.
Este discurso excluye la dominación, no enseña nada porque no tiene nada de universal. ¿Cómo hacer para enseñar lo que no se enseña? Recordamos aquí el cruce complejo que Lacan llama “antipatía entre los discursos analítico y universitario” y su apuesta a la enseñanza y la transmisión. Se trata de cómo enseñar lo que el psicoanálisis enseña, y eso es del orden de la potencia del discurso analítico.
Un ejemplo para ilustrar la posición innegociable con la Universidad. En aquel escrito “¡Lacan por Vincennes!”, enumera lo que surgió en el Departamento de Psicoanálisis en los años que él se ocupó. Entre ellos “un ciclo de enseñanzas llamado del Campo Freudiano, donde corresponde al psicoanálisis corregir lo que se le propone como afín en los saberes y discursos vigentes.”
Termina: “La experiencia proseguirá entonces. En Vincennes, en tanto se le dé libertad. Si se la reduce ahí, a marcharse de la Universidad”.
Con emotivas palabras Mauricio Tarrab expresa que ésta es la traza, la huella, la inspiración, de la que somos deudores y en la que se inscribe la experiencia que llamamos hace diez años, Seminario del Campo Freudiano.
Finalizada la disertación, Paula Vallejo mencionó que la potencia del discurso analítico proviene también del consentimiento a la paradoja de querer atrapar lo inatrapable, que da por resultado el encuentro con una potencia advertida del límite de lo real y de que eso es indomeñable.
Invitados a la conversación, los presentes comparten sus apreciaciones e interrogantes y queda expuesto, una vez más, que anida en el decir de los participantes el síntoma de la pasión por la ignorancia.
Marianela Canteli
Participante del SCF-La Plata