Disciplina del comentario
Por Stella López
En efecto, para la ciencia, lo real: marcha. Y es para eso que sirve el saber en lo real. Es por ello que podemos decir que la ciencia tiene afinidades con el discurso del amo, por otra parte, Lacan lo señaló mil veces. Hay que decir que no creíamos más en ello, en la civilización. Por el contrario, ahora, en la civilización hipermoderna, se tiene la idea que el saber científico en lo real: fracasa, va a fracasar. Los organismos genéticamente modificados, lo nuclear, eso no genera más la confianza en el buen funcionamiento del saber en lo real a partir del momento en que, por supuesto, somos nosotros los que comenzamos a traficarlo. Lo que fue el síntoma y que ya no es más que trastorno está de ahora en más dividido en dos, desdoblado[1].
La disciplina del comentario se detiene en el detalle de un párrafo escogido para hacerlo responder a las preguntas que nos plantea. Se demora en la lectura, en la elucidación del sentido y la referencia, y no se priva de aportar variaciones sobre el mismo tema en otros momentos de la enseñanza de Lacan.
Es la perspectiva “micro”[2].
En Comandatuba, durante el cuarto congreso, Miller (2004) se pregunta desde cuándo estamos sin brújula; desde cuándo la moral civilizada es tan solo -para los que somos más grandes- un recuerdo. La moral civilizada daba un punto de apoyo. Ahora, lo real devora la naturaleza, la reemplaza y prolifera.
La respuesta es que, quizás, tengamos otra brújula, lo que Miller denomina el discurso hipermoderno, valiéndose de la frase de Lacan en Radiofonía “el ascenso al cenit social del objeto a”[3], que constituye el principio del discurso.
Los cuatro discursos establecidos por Lacan en 1969/70 definen un tipo de lazo social. Tres de ellos, se sostienen en la articulación significante, apuntan a producir sentido y han establecido las bases de las estructuras sociales. El cuarto, el discurso analítico produce el significante solo y plantea un nuevo lazo social. El discurso hipermoderno tiene la misma estructura que el discurso del analista, pero sin sus relaciones, sin la orientación de sus conectores. Se trata de otra configuración de estos cuatro elementos, por lo que podríamos decir que no sería un discurso, más bien, sería un pseudo discurso, como el capitalista, situado por Lacan en Milán en 1972. Este último, modificado con un pequeño cambio de letras (S1 y S) en el lugar del saber respecto del discurso del amo del cual es su sustituto.
En el discurso hipermoderno de la civilización, el objeto a, en el lugar del agente, es el que “se impone al sujeto S/sin brújula” al que invita a levantar sus ridículas inhibiciones[4]. Miller presenta los elementos en la civilización hipermoderna como “diferentes, dispersos y solo en el psicoanálisis puro estos elementos se ordenan en un discurso[5]. Escribe S1, el uno contable de la evaluación y S2 el saber en el lugar de la verdad/mentira.
Miller nos entrega los cambios del siglo XXI y de sus coordenadas en el que, a partir de la promoción del plus de goce, el ideal ha sido reemplazado por el objeto a. Desde la declinación del padre, se han quebrado nuestras definiciones clásicas de familia (el significante parentalidad ya forma parte del acervo cotidiano); las identidades sexuales (LBGT y+); se revela el carácter ficcional de los lazos familiares, sociales, incluso en las leyes. Los adolescentes ya no buscan el saber en el lugar del Otro, lo que implicaría pasar por una estrategia de deseo. Se trata de lazos que al no consolidarse en el tiempo devienen lazos frágiles.
Las intervenciones en el cuerpo se multiplican. Las exigencias de goce someten a los cuerpos a una ley de hierro: cuerpos terapeutizados, operados, cosmetizados y modificados. Cuerpos sometidos a una contabilidad medible, tal como lo testimonian las presentaciones anoréxicas
Los semblantes con los que el psicoanálisis se erigió, tales como el padre, el Edipo, la castración, la pulsión también tiemblan. Hoy, el psicoanálisis “constata que es víctima del psicoanálisis”, pues somos nosotros, los psicoanalistas mismos, los que lo hemos hecho pasar a la sociedad. Miller nos indica cómo algunos psicoanalistas, cuando “no llegan a creer en el inconsciente”, recurren al discurso de la ciencia del cual se espera, dará el real[6].
Antes, el discurso del psicoanalista podía analizar el discurso del inconsciente con su potencia interpretativa y subversiva, encontrando, al mismo tiempo, cómo ejercerse sobre la civilización. Sin embargo, situar el discurso analítico con la civilización como una misma estructura puede entenderse como un éxito del psicoanálisis, pero, en realidad, es la dificultad[7].
“La inexistencia de la relación sexual se ha vuelto, en la hipermodernidad, evidente”, a diferencia de la “verdad reprimida por el significante amo” en el discurso del amo[8]. Los síntomas son signos de la no relación sexual y secundariamente, se articulan en significantes, son necesarios, no cesan de escribirse, y esto funda su equivalencia con lo real. Pero al mismo tiempo que Lacan dice que el síntoma es real, señala: “ahí hay que creer, precisamente.[9]”
La ciencia se ha inmiscuido en nuestra cotidianeidad. El psicoanálisis apareció como una corrupción del saber científico, pues el saber científico puede estar en lo real, pero para no decir nada. Freud descubrió el síntoma histérico contingentemente, invitando a las histéricas a hablar referido a un real científico. Hay sentido, hay una intención en lo real.
Inicialmente, Lacan no rechazó el real científico y el saber en lo real porque rechazar el discurso de la ciencia “es un camino de la perdición que da lugar a todos los manejos psi, (…) pero al mismo tiempo hay que plantear que en ese saber hay un agujero, que la sexualidad agujerea ese saber.[10]” Para la ciencia, lo real marcha, lo cual nos hace decir que tiene afinidades con el discurso del amo actual. Ahora bien, si se le pregunta a un científico, dirá que la ciencia busca el saber. Pero “La ciencia no tiene la menor idea de lo que hace”, dirá Lacan en El triunfo de la religión[11]. La posición del científico, -cuestión tabú para Freud– es imposible, “solo que la ciencia no tiene aún la menor idea y ésta es su suerte.[12]” Sin embargo, en la contemporaneidad, es el cientificismo el que ocupa el lugar de la ciencia. El cientificismo se define como la concepción que absolutiza el papel de la ciencia en un sistema de la cultura y en la vida ideológica de la sociedad. Entonces, el cientificismo está al servicio del pseudo discurso capitalista, de ahí que se reduce a números o a letras.
La idea de que el saber científico en lo real fracasa, va a fracasar pues no hay idea de progreso en nuestra sociedad. En esta época, cuando el Otro no existe, se ha vuelto central como significante amo: evidencia. Es utilizado, por ejemplo, en medicina, para probar el poder de las cifras y pruebas científicas que desconocen que allí hay un sujeto. El delirio científico hace consistir al Otro de la ciencia.
Otro significante privilegiado es el prefijo neuro: neurodiversidad, neuropsiquiatría neuromarketing. Es el prefijo solidario de la esperanza de encontrar el fundamento para gran parte de los comportamientos humanos en el cerebro, en la amígdala cerebral o en la glía. La llamada neurociencia ha obtenido un lugar en los espacios académicos y en el público en general. La ansiada visualización cerebral cree encontrar su camino gracias a la producción infinita de máquinas, la generación de resonadores más precisos y de microscopios más complejos.
¿Es un viejo debate que ahora se renueva?
Para los neurocientíficos, el fenómeno se reduce a un real, el de las conexiones nerviosas. Lo curioso es que hay psicoanalistas que intentan o tratan de establecer un puente con las neurociencias, apoyados en el sueño de Freud de “Una psicología para neurólogos”.
La conversación con los pacientes es instrumentada con valor de información o para restaurar las conexiones neuronales. Lejos de la dimensión del equívoco, del deseo, se confunde palabra con significante.
Como consecuencia de la inclusión del cuerpo, en la última enseñanza de Lacan el sujeto de la ciencia deja de ser el de la experiencia analítica. “Lo real es el misterio del cuerpo que habla, es el misterio del inconsciente.” La noción de ser hablante resulta clave. “La unión de la palabra y el cuerpo.[13]” Acontecimiento opaco, “no todo decible” fuera de sentido con lo que los parletres batallamos.
“Lo real inventado por Lacan no es el real de la ciencia. Es un real azaroso, tanto, que falta la ley natural de la relación entre los sexos. Es un agujero en el saber incluido en lo real[14]”, un real sin ley, sin regla lógica, como lo es el choque inicial del cuerpo con la lengua. La lógica se introduce después, con la elucubración, el fantasma, el sujeto supuesto saber.
Lo que fue el síntoma ya no es más que trastorno desde que se lo comenzó a traficar más allá del Atlántico. Miller agrega que el síntoma está, de ahora en más, dividido en dos, desdoblado. En la terapia cognitivo-comportamental asistimos a una refutación del síntoma y a una práctica de la palabra autoritaria y protocolar.
En El lugar y el lazo, Miller sitúa diferencias entre el psicoanálisis puro y aplicado respecto de la psicoterapia.
Hay variadas formas de psicoterapias que no nos causan problemas. Sí nos los causan, las que son vecinas del análisis, es decir, las que toman la demanda del sufriente que quiere saber y la tratan mediante la palabra y la escucha. Son aquellas que habitualmente denominamos terapias que se inspiran en el psicoanálisis, y que, incluso, llegan a decir que sí son psicoanálisis. Para que esto no se vuelva un tormento -agrega Miller- necesitamos una orientación estructural, y nada mejor que ir a buscarla en el mismo Lacan, quien dio una respuesta en Televisión y citó la diferencia entre psicoanálisis y psicoterapia. La psicoterapia se funda y se apoya en la palabra y en la escucha, sin embargo, Miller juega con que hay tres respuestas: dos, que Lacan no dio, y una que sí dio.
En cuanto a las que podría haber dado: la primera, la sitúa en el grafo del deseo, en repartir psicoanálisis y psicoterapia entre los dos pisos que aparecen como homólogos. Es en A que se abre camino hacia el piso superior el deseo del analista, despejándose así el camino hacia el segundo piso. Es la falta de operatividad del deseo del analista para el piso superior, que constituiría la diferencia entre psicoanálisis y psicoterapia. El fundamento del grafo es la articulación entre la palabra y la pulsión, la palabra en un primer piso, la pulsión en el segundo. El piso inferior es donde situamos la psicoterapia porque no se plantea la cuestión del goce. Para eso, hay que acceder al segundo piso. En la psicoterapia, se elude lo que cuestiona la omnipotencia del Otro, mientras que lo propio de la posición analítica es admitir la cuestión del goce, tornar inconsistente al Otro.
La segunda respuesta que Lacan tampoco dio, consiste en inscribir la psicoterapia en el discurso del amo, en el Seminario 17 que es el que nos ocupa. El discurso del amo es acorde con el inconsciente, y el inconsciente reclama, en términos de psicoterapia, una identificación que aguante, y sufre por las identificaciones que vacilan o le faltan. Lo urgente es restituírsela para encontrar su sitio. Está el psicoterapeuta que imita, habla como nosotros en el saber de la época, en lo que distribuye los sitios. Incluso en esa psicoterapia tenemos el a como producto. Lacan dice, asimismo, que en el discurso del amo se pone punto final al fantasma. Que tira el fantasma a la basura, privilegiando la identificación. Sin embargo, ambas respuestas tienen estatutos diferentes, la primera “es amigable y vecina del psicoanálisis”, la segunda se coloca en el discurso del amo.
La respuesta que sí dio Lacan es brillante por su simplicidad, dice Miller, el rasgo distintivo de la psicoterapia es el sentido, de eso se ocupa la psicoterapia, especula con el sentido, mientras que el psicoanálisis se burla del sentido, en especial, porque nos retrotrae a lo peor.
Cuando se especula sobre el sentido, se hace creer que allí opera el psicoanálisis, el hecho de imitación. Lacan partió del sentido para luego destituirlo, es su paso de la semantofilia a la semantofobia. Es Lacan contra Lacan. Lo que se explora en la última enseñanza es la dimensión del fuera del sentido. Se presta atención al Uno-todo-solo que escapa al sentido[15].
El uso masivo de los dispositivos móviles penetró en los espacios analíticos, especialmente a partir de la pandemia, reemplazando el encuentro presencial y en algunos casos para quedarse. Muchos analistas tildan de psicoterapia a esta práctica. Esta injerencia de las técnicas actuales nos sigue invitando a revisar las consecuencias de la necesaria “co-presencia en carne y hueso”, el uso singular de la materialidad de la palabra, del diván, el corte de la sesión entre otros.
Miller retoma cómo Lacan apunta a un “no hay”[16], no hay relación sexual, apunta a cierta opacidad que hay en los hay. Esto es, a las respuestas fallidas frente al no hay, en síntesis, a lo que no tiene ni tendrá respuesta[17].
NOTAS
- Miller, J. (agosto, 2005). Una fantasía. Revista lacaniana Publicación de la EOL, 3 (3)
- Laurent, E. y Brodsky, G. (2007). Coloquio-Seminario sobre Seminario 23 de J. Lacan “El sinthome”. CABA, Grama ediciones.
- Lacan, J. (2012). Radiofonía. En Otros escritos, p. 436. CABA, Paidós.
- Íbid nota al pie 1, p. 10.
- Íbid nota al pie 1, p. 11.
- Íbid nota al pie 1, p. 16.
- Íbid nota al pie 1, p. 11.
- Íbid nota al pie 1, p. 14.
- Íbid nota al pie 1, p. 18.
- Íbid nota al pie 1, p. 18.
- Lacan, J. (2005). El triunfo de la religión, CABA, Paidós. (p.75)
- Íbid nota al pie 4, p. 73.
- Miller, J. (2015). El inconsciente y el cuerpo hablante. En El cuerpo hablante Scilicet. X Congreso de la AMP. CABA, Grama. (p. 27).
- Miller, J. (2014). Un real para el siglo XXI. Presentación del tema del IX congreso de la AMP. Scilicet. CABA, Grama. (p.26).
- Miller, J. (2013). Fuera de sentido. En El lugar y el lazo. CABA, Paidós.
- Miller, J. (2013). No hay. En El lugar y el lazo. CABA, Paidós. (p. 32)
- Tudanca, L. (2024). La interpretación: un saber abierto. La fuga del sentido. En La práctica analítica, entre real y ficción. CABA, Grama. (p. 234).