Clase 11 – 13 de septiembre 2023
Reseña por Laura Lago
Rosana Salvatori destacó el plural del título de la clase VIII “Goces”, retomando la pregunta de Miller sobre el lugar del goce en la enseñanza de Lacan y del objeto a como semblante. El matema S(A /) – clave de lectura de nuestra práctica y del fin de análisis- es el que intentará dilucidar Miller esclareciendo primero los 5 puntos de la secuencia planteada en la clase VII: necesidad, demanda, deseo, demanda de amor, pulsión.
La necesidad es relativa al organismo viviente y su supervivencia, punto de partida para la teoría de las pulsiones en Freud que trabaja la díada hambre y amor. El amor es aquí el nombre de la exigencia de la espacie humana como sexuada para sobrevivir mediante el contacto y la penetración de ambos sexos, cuestión que ha cambiado en la época. La díada introduce una falta como complemento particular. Entre el ajuste de la falta y el complemento de esa necesidad surge una primera noción de satisfacción: satisfacción de las necesidades, que evoca y vela a la vez la otra satisfacción, es decir el goce.
La demanda es lo que impone que se considere a la necesidad como una exigencia del viviente humano que tiene que vérselas con la función de la palabra en la medida en que habla. El pasaje de la necesidad inicial por el aparato del lenguaje coloca a la demanda en un piso superior respecto a ésta. Es una operación por la negativa: la demanda oblitera la necesidad, produce una alienación (término que emplea Miller a diferencia de “enajenación”, como se encuentra en la traducción de los Escritos) en términos de inscripción en el Otro.
El deseo resulta de esa sustitución y apunta a una satisfacción que nunca se encuentra. La realización de algo análogo a la satisfacción traduce un aspecto estructural cuyo paradigma es la negación del deseo como insatisfecho en la histeria, imposible en la obsesión o prevenido en la fobia. El deseo es una función de pura pérdida y nos orientamos con él en relación a la demanda o a la necesidad.
Demanda de amor: Lacan hizo del deseo la metonimia de la metáfora de la demanda. Pero Miller tomará la perspectiva de la satisfacción que implica a la demanda como exigencia de una satisfacción particular de algo o de alguien y al deseo como deseo de otra cosa o de algún otro. Miller escribe un matema para la metáfora de la demanda donde el deseo está en la posición del significado del significante de la demanda. Escribe un vector progrediente de la demanda que completa con un vector de retorno del deseo. El deseo tiene con la necesidad una relación de obliteración pero se vincula también con condiciones radicales. Miller cita a Lacan: “El poder de la pura pérdida surge del residuo de la obliteración” haciendo emerger el objeto con su poder e instala al objeto pequeño a como tercero entre la necesidad obliterada, tachada, y el deseo.
La demanda está desdoblada. Entre demanda de algo y de alguien -que llamamos amor- hay un hiato. Las operaciones para saldar ese hiato, que podemos equiparar al no hay relación sexual, no son sin consecuencias para el sujeto.
Cuando se introduce el amor a partir de la demanda no se hace del partenaire un semejante, no se lo ubica como el a’ minúscula en la relación dual. El partenaire es el Otro. Lacan ubica que cuando la demanda se dirige al Otro es demanda denada y el don. El nivel de la necesidad queda perdido. El estado amoroso se plantea a partir de la falta y el divino detalle es en esta dialéctica signo de castración, es “dar lo que no se tiene”. Lacan inventa el objeto como hueco, como borde, como función topológica.
El deseo y el amor tienen en común la estructura de absoluto que encierra lo incondicionado. Tienen en común al Otro, en su presencia o en su ausencia. En ambos, el objeto a está en posición de causa –posición del analista como semblante.
¿Qué pasa entonces con la pulsión? Es la última metamorfosis de la necesidad pero también de la demanda. Más allá del deseo y del amor se articula directamente con el concepto más general de la secuencia: la satisfacción. La pulsión como demanda siempre se satisface, incluso en la renuncia. Como demanda silenciosa articulada al inconsciente produce su propia satisfacción, de aquí que en el Seminario 11 Lacan proponga al objeto a como el valor del producto constante de la pulsión como cadena significante y pueda decir en “Televisión” que “el sujeto es feliz”.[1]
Pero ¿qué es primero: el goce o el Otro?, se pregunta Miller. En el grafo del deseo Lacan ubica ambos como algo previo y en pie de igualdad, luego se corregirá y dirá que el goce es del Otro. La corrección viene de introducir un tercer vector diacrónico, con valor de recorrido subjetivo del significante y el goce. El Otro previo al goce traduce el modo como éste encuentra al aparato del lenguaje. Esa modificación esencial del goce es la castración. Y aún faltaría ubicar en esta relación entre goce y castración a la poscastración o plus de gozar (otra vez el objeto a) que resta de esa operación. Miller distingue tres estatutos del goce: el goce Uno previo, perdido para siempre, el goce Uno simbolizado por el falo, castrado, y el goce Otro, no simbolizado por el falo (el cuerpo como Otro). El fin de análisis no debe plantearse, según Lacan, en términos de deseo sino en términos de goce, no sobre ¿qué es lo que esto quiere decir? sino ¿qué es lo que esto quiere gozar?
Por último, Rosana comentó un caso de anorexia como ejemplo del deseo de nada y la relación de extimidad entre pulsión y demanda del Otro.
NOTAS
- Lacan, J. “Televisión”, Otros escritos.
